El verdadero amor de Dios no hace acepción de personas.
Hoy, mientras escuchaba la Dosis Diaria de nuestros hermanos en Cristo de Roka Stereo, me inspiré a escribir este artículo. El hermano William Arana comenzaba diciendo que si queremos vivir una vida de poder y bendición, debemos abandonar los malos sentimientos y anhelar en nuestro corazón la presencia del Espíritu Santo.
Esta reflexión me impactó profundamente al escuchar la historia de un joven afrodescendiente sentado en la sala de espera de un consultorio médico. Una pareja blanca llegó con su pequeña hija, quien, con la inocencia de un niño, sonrió al joven. Sin embargo, los padres, visiblemente molestos, la regañaron y se cambiaron de asiento para evitar sentarse junto a él.
Al cabo de unos minutos, llamaron a la familia para pasar a consulta. Mientras entraban, el médico miró al joven afrodescendiente y le indicó que también pasara. La madre, confundida, preguntó si ya no los atendería, a lo que el doctor respondió: «Quiero presentarles a Esteban, el joven que donó el órgano que hoy mantiene viva a su hija».
El impacto de estas palabras fue demoledor para la familia. Tener recursos económicos no les había garantizado la vida de su hija; fue el amor incondicional y el desprendimiento de un joven a quien habían menospreciado lo que realmente les había dado la mayor de las bendiciones.
La Biblia es clara al respecto: «El que dice que está en la luz, y odia a su hermano, aún está en tinieblas» (1 Juan 2:9). Esto nos lleva a una profunda reflexión sobre nuestros prejuicios, actitudes y el amor genuino que Dios nos llama a tener.
El amor de Dios no discrimina
«Porque no hay acepción de personas para con Dios.» (Romanos 2:11)
Dios no hace diferencias entre las personas por su raza, posición social o apariencia. Todos somos sus hijos y debemos reflejar ese amor en nuestras acciones diarias.
La verdadera luz se demuestra con amor
«El que ama a su hermano permanece en la luz, y en él no hay tropiezo.» (1 Juan 2:10)
Podemos proclamar que estamos en la luz, pero si nuestro corazón está lleno de odio o desprecio hacia los demás, seguimos en tinieblas.
Dios examina el corazón, no las apariencias
«Porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.» (1 Samuel 16:7)
El mundo nos ha enseñado a valorar lo superficial, pero Dios nos llama a ver el corazón de las personas y a juzgar con justicia y amor.
La humildad abre las puertas a la bendición
«Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu.» (Proverbios 16:18)
El orgullo y la prepotencia nos alejan de la bendición de Dios. Un corazón humilde es un corazón alineado con su voluntad.
El rencor y la envidia ciegan el alma
«El que tiene envidia no heredará el reino de Dios.» (Gálatas 5:21)
Cuando permitimos que el rencor y la envidia echen raíces en nuestro corazón, nos alejamos de la verdadera paz y alegría que Dios quiere para nosotros.
La iglesia no está exenta de este problema
«Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae ropa espléndida y le decís: «Siéntate aquí en buen lugar», y al pobre le decís: «Quédate allá de pie», ¿no hacéis distinción entre vosotros mismos y venís a ser jueces con malos pensamientos?» (Santiago 2:2-4)
El favoritismo también existe dentro de las iglesias. No debemos caer en la trampa de hacer acepción de personas, pues ante Dios todos somos iguales.
La verdadera grandeza está en servir
«El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor.» (Mateo 20:26)
La mayor grandeza que podemos alcanzar no está en la posición o el reconocimiento, sino en el servicio desinteresado a los demás.
Reflexión Final:
El mundo nos ha condicionado a ver diferencias donde Dios ve unidad. Nos ha enseñado a dividirnos por razas, estatus y apariencias, cuando en realidad el amor genuino no conoce barreras. No basta con decir que somos buenos cristianos; nuestras acciones deben reflejar el amor de Dios sin distinción alguna.
Si hemos caído en el error de menospreciar a otros, es tiempo de pedirle a Dios que limpie nuestro corazón. La verdadera transformación comienza cuando reconocemos nuestras faltas y decidimos vivir en el amor y la luz de Cristo.
Es fácil juzgar a otros, pero difícil mirar en nuestro propio corazón. Muchos dicen ser buenas personas, pero sus palabras y acciones revelan lo contrario. No importa cuántas veces asistas a la iglesia o cuánto hables de Dios si en tu corazón hay resentimiento, orgullo o desprecio por otros. La verdadera luz no está en las apariencias, sino en el amor genuino.
Hoy es el día de abrir los ojos. ¿Hasta cuándo seguirás justificando actitudes de desprecio y soberbia? La fe sin amor es una fe vacía. Si menosprecias a otros, si evitas a alguien por su apariencia o estatus, si en tu corazón hay orgullo y rechazo, arrepiéntete hoy mismo. Dios no bendice corazones llenos de oscuridad. No esperes a que la vida te golpee para aprender esta lección. Decide ser luz, decide ser diferente.
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Oración
Señor amado, hoy vengo ante ti reconociendo que muchas veces he juzgado a otros de manera injusta. Perdona mi corazón si he hecho acepción de personas, si he dejado que el prejuicio o el orgullo me alejen de tu amor. Dame un corazón limpio, que vea a los demás con los mismos ojos con los que tú nos ves. Líbrame de la soberbia y enséñame a amar sin condiciones. Que mi vida sea un reflejo de tu luz y tu verdad. En el nombre de Jesús, Amén.
Por: Salvador G. Nuñez
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