Sigues siendo Dios. Dios eterno como tú no hay dos

Porque tú nunca cambiaras, sigues siendo Dios. Explorando la Inalterabilidad Divina en Medio de las Transiciones Humanas.

Inmutable: La Eternidad de Dios en un Mundo Cambiante

El día de ayer, en la poderosa atmósfera de adoración y reflexión que caracteriza los domingos en Roka Stereo de Colombia, se pronunció un mensaje que resonó en los corazones de todos los presentes. Bajo el título: «Sigues siendo Dios. Dios eterno como tú no hay dos.», se abrió un espacio sagrado para explorar la naturaleza eterna e inmutable del Creador. Este artículo surge como una extensión de esa predicación, una oportunidad para profundizar en la verdad perdurable que se proclamó, recordándonos que, en medio de las turbulencias y las transiciones de la vida, Dios sigue siendo el mismo ayer, hoy y por siempre. Acompáñanos en este viaje de fe mientras exploramos la firmeza y la constancia del Dios que nunca cambia.

En un mundo donde todo cambia con una rapidez vertiginosa, la realidad de la inmutabilidad divina emerge como un faro de esperanza y estabilidad. En este artículo, exploraremos la eternidad de Dios y su constante presencia en nuestras vidas, recordándonos que, a pesar de las vicisitudes del tiempo, Él sigue siendo el mismo ayer, hoy y por siempre. Encontrar motivación en la verdad de que Dios no cambia nunca nos impulsa a aferrarnos a su amor eterno, su inquebrantable fidelidad y su constante gracia.

1. En el torbellino de la vida, nos aferramos a la certeza de la inmutabilidad de Dios. Su naturaleza eterna nos proporciona un refugio seguro en medio de las tormentas del cambio. Mientras todo a nuestro alrededor parece estar en constante flujo, Él permanece como la roca firme sobre la cual podemos edificar nuestras vidas.
2. La historia humana está marcada por el cambio y la transición. Sin embargo, en cada temporada, en cada época, la voz de Dios resuena con la misma autoridad y amor que desde el principio de los tiempos. Su fidelidad trasciende las fluctuaciones del tiempo y nos recuerda que Él es la única constante en un mundo efímero.
3. En las Escrituras, encontramos numerosos testimonios que proclaman la inmutabilidad de Dios. En Malaquías 3:6, leemos: «Porque yo, Jehová, no cambio». Esta declaración resonante nos asegura que el carácter y los propósitos de Dios permanecen inalterados, brindándonos un ancla para nuestra fe en medio de la incertidumbre.
4. La promesa de la inmutabilidad divina nos infunde valor y confianza en nuestras jornadas diarias. Saber que Dios no cambia significa que podemos acudir a Él en busca de consuelo, guía y fortaleza en cualquier momento. Su amor incondicional y su sabiduría sin límites están siempre disponibles para nosotros.
5. A medida que contemplamos la grandeza de la eternidad de Dios, nuestras preocupaciones terrenales palidecen en comparación. Su perspectiva trascendente nos invita a confiar en su soberanía y a descansar en su cuidado constante. En un mundo marcado por la incertidumbre, su inmutable amor es nuestro ancla seguro.
6. En medio de los desafíos y las pruebas de la vida, recordamos que Dios sigue siendo Dios. Su poder no disminuye, su gracia no se agota y su misericordia no tiene fin. Nos sostiene en nuestras debilidades, nos restaura en nuestras caídas y nos levanta con renovada esperanza una y otra vez.

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1. En conclusión, en un universo en constante cambio, encontramos consuelo y seguridad en la inalterabilidad de Dios. Sigues siendo Dios. Dios eterno como tú no hay dos. Porque tú nunca cambiarás. Que esta verdad arraigue profundamente en nuestros corazones, guiándonos y fortaleciéndonos en cada paso del camino.

Cita Bíblica: «Porque yo, Jehová, no cambio.» – Malaquías 3:6 (RVR 1960)

No me gusta terminar mis artículos sin dejarle a mis lectores un mensaje de reflexión. En un mundo donde todo parece estar en constante fluctuación, la realidad de la inmutabilidad de Dios es un ancla para nuestra alma. Que podamos encontrar consuelo y confianza en su naturaleza eterna, sabiendo que Él sigue siendo Dios, ayer, hoy y por siempre.

Por: Salvador G. Nuñez